Amargos recuerdos

Una mañana de enero desperté envuelta en lágrimas buscando una razón que mi corazón desconocía. Intentaba comprender porque me iciste tanto daño, comprender tu mentiras, tus falsas palabras, tus besos de Judas, que se tornaron en mil cristales que me atravesaban el alma formando un millón de cicatrices, cicatrices tan profundas que tardaron en cerrarse.
Nunca imaginé que en tan poco tiempo pudieras cambiarme la vida por completo. Pasé de ser la persona más feliz del universo a ser un felpudo para la suela de tus zapatos. Dejaste tan profunda huella en mi vida que aun hoy, después de casi tres verano, me estremezco al pensar lo que llegaste a ser para mí y lo que ahora eres.
Contigo aprendí que las ilusiones rotas se pueden convertir en mil cuchillas que te atraviesan el alma lentamente, sintiendo las frías hojas de acero cortando el interior de lo más profundo de tu ser, atravesar tus venas y sentir la sangre caliente correr por tus brazos y envolviendote en un intenso paño rojizo. Contigo aprendía a no creer en nadie, ni en mi misma. Contigo aprendí a crecer a mi alrededor un muro más fuerte que el acero, inmenso, que me impide confiar en todo lo que queda fuera, e impide a los de afuera conocer lo que existe al otro lado, ver lo que realmente soy. Contigo aprendía a ser mñas fuerte y a la vez más débil. Sin tí las noches se vuelven amargas, incluso sin tener que pensar en ti, empiezo a recordar esa sensaciñon de bienestar cuando estaba a tu lado, y añoro las noches, las madrugadas, y comienzan a caer lágrimas silenciosas que mojan mi almohada.
Nada puede calmar ese dolor, excepto el hecho de pensar en los amigos que en la distancia se preocupan  tristemente al recordar lo que fui y en lo que me has convertido. Gracias a ti conocí la eterna cicatriz de la vida. Aquella que se te graba en la piel a fuego cual tatuaje el día menos pensado.
Si algún día llegáramos a cruzarnos, serás tú quien tena que agachar la cabeza, porque no apartaré mi mirada de tus ojos, para que puedas ver el daño que me provocaste. He aprendido a ir con la cabeza bien alta mientras el corazón se acelera y llora, he aprendido a mostrar lo mejor de mí, ocultando mi tristeza, mis penas y mi desconsuelo.
Hoy día, para mi esto sólo es un amargo recuerdo, pero en tu conciencia será una losa que no podrás cargar el día que te ocurra algo parecido.

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